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La visión olvidada del Socialismo de Mercado

Por Seth Ackerman



Nota: La tradudcción de este articulo se hizo con el permiso explicito de Seth Ackerman y del INET (Institute for New Economic Thinking). El artículo original lo pueden encontrar en el siguiente link
(The Forgotten Vision of Market Socialism)

A 200 años del nacimiento de Karl Marx, aquí una mirada de cómo dos economistas buscaron reconciliar su idea de propiedad común con los mecanismos de mercado. 


Hace 100 años, en Febrero el Partido Laborista de Gran Bretaña proclamaba su conversión al socialismo. Al comprometerse en su clausula de IV de su constitución " propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio". El Partido Laborista a los ojos de muchos observadores, había anunciado su nacimiento como un verdadero partido socialista, pero ¿ Qué exactamente pretendía hacer el Partido cuando hubiera socializado los medios de producción?  en este punto, las respuestas fueron escasas. El autor de la clausula IV , el líder fabiano Sidney Webb, habló de una economía comprehensivamente planificada en la que el papel de los mercado sería estrictamente minimizado. Otros intelectuales del Partido,tales como John Hobson y Barbara Wootten, apoyaban un socialismo más "liberal" con una mezcla de planificación y mercado.


Pero una extraña laguna se cernía sobre toda la discusión, porque cómo señala un historiador de los debates económicos: "a pesar de la dedicación casi universal en la retórica " consciente y deliberada dirección"[de la economía, a través de la planificación] pocos tenían ideas especificas de como exactamente implicaba esto en la política económica. La opinión dominante parece haber sido sobre el contenido preciso de una "economía planificada", aunque ciertamente nebuloso en este momento, se enfocaría gradualmente y por ensayo y error, en el proceso de construir uno. Es por eso que incluso los socialistas occidentales desconfiados de los métodos de los bolcheviques,  como los fabianos,  miraron con esperanza al recién nacido experimento soviético, esperando, si no más, una gran cantidad de lecciones prácticas.

Setenta años después en vísperas del colapso soviético, dos economistas polacos que se habían pasado su vida estudiando ese experimento compilaron las lecciones que extrajeron de él y los publicaron en un libro llamado "De Marx al Mercado" Włodzimierz Brus y Kazimierz Łaski habían sido figuras destacadas de la fugaz edad de oro de la economía polaca de posguerra, que prospero bajo el gobierno comunista reformista de 1956 a 1968. Después de ese año, cuando el régimen adoptó una postura de conservadurismo represivo y antiseminismo abierto, los dos académicos, ambos judíos, abandonaron el país y se establecieron en occidente. En el periodo intermedio, se situaron en el centro de los debates en la reforma, sirviendo como asesores políticos de alto nivel, publicando trabajos ampliamente traducidos sobre la economía de la planificación y trabajando estrechamente con el economista marxista- keynesiano Michal Kalecki, cuyo regreso en 1955 patrocinó. 

Pocos estaban en mejores condiciones para ofrecer un juicio maduro sobre las siete décadas el experimento económico comunista. Pero también ofrecieron algo más: una visión prometedora de un socialismo factible.

Bajo el sistema de comando clásico heredado de la era Stalin, se impuso un objetivo primordial en las empresas individuales bajo el Bloque Oriental: "Cumplimiento del plan". Lo que resultó de ese objetivo fue una serie de comportamientos sintomáticos por parte de los gerentes de las empresas, que aunque individualmente racionales, hacía disfuncional el rendimiento de la economía en el agregado. Por ejemplo, hay algo llamado estrategia "mini max". Los déficits de las empresas fueron por mucho la razón más común para que las empresas no cumplieran sus metas de producción, los gerentes de las empresas negociaban antes de la formulación del plan quinquenal buscaban minimizar los objetivos de producción que se esperaba entregar, mientras maximizaban las asignaciones que de entrada que afirmaban necesitar.
En términos generales, las empresas acumulaban insumos protegiéndose del peligro que se agotaran y no pudieran alcanzar sus objetivos de producción. Aunque los agentes en su racionalidad individual, el comportamiento "mini-max" era colectivamente irracional para el sistema en su conjunto: como los envíos de salida de una empresa eran insumos de otra empresa, el acaparamiento de insumos generaba déficits de producción crónicos que caían en cascada a través de la economía, manifestándose en escasez y embotellamientos.

Luego llegó el "ajuste de prioridad", que involucró que los gerentes eligieran entre los objetivos conflictivos del plan( cantidad, calidad, variedad, etc) cualesquiera que pudieran cumplirse más fácilmente. en la práctica era generalmente el objetivo de salida. Un patrón satirizando una broma soviética sobre la fabrica que fue asignada para producir 10 millones de agujas de coser y terminaba entregando una aguja gigantesca. La calidad y variedad de los productos en economías planificadas generalmente se mantuvieron en niveles mínimos aceptables.

Finalmente, los gerentes de las economías planificadas exhibieron una marcada aversión al cambio. Cualquier cosa que aumentara la incertidumbre del suministro de insumos no era bienvenida, y este siempre fue el caso con cualquier tipo de innovación de nuevos productos o procesos. Como descubrió el economista estadounidense Joseph Berliner en su estudio histórico de la innovación soviética, los nuevos productos y procesos tienden a requerir insumos nuevos y desconocidos, así como también grandes volúmenes de ellos para acomodar llevar a cabo experimentación y los ajustes que fueran necesarios.
A los proveedores de insumos a menudo se les debe de pedir que realicen modificaciones personalizadas a sus productos, una molestia que puede impedir la capacidad de los proveedores para alcanzar sus propios objetivos de producción. Y los nuevos productos a menudo resultan anti-económicos en sus usos previstos, pero muy eficaces en otros usos inesperados; aún permitir que este tipo de casualidad se desarrolle libremente, desenmañaría la coherencia total del plan.
Todo esto hizo imposible la innovación sistemática.

Después de la muerte de Stalin y el relajamiento de los controles ideológicos, la economía experimentó un renacimiento en las economías socialistas, especialmente en Polonia. El resultado fue el surgimiento de una cohorte de economistas reformistas que lamentaron la excesiva centralización del sistema de comando y pidieron un uso más extensivo de precios, ganancias métricas de "mercado" mientras se preservaba el principio de "propiedad socialista- que es la propiedad colectiva de los medios de producción. El libro de Brus de 1961, publicado más tarde en inglés como " El mercado en una economía socialista", sirvió como una especie de manifiesto económico del movimiento.

En las décadas de 1960 y 1970, los experimentos vacilantes en esta dirección se realizaron a medias en varias economías socialistas, incluida la Unión Soviética. Pero Hungría empujó está línea de reforma más que todos los demás. Bajo el Nuevo Mecanismo Económico(NEM), inaugurado en 1968, las empresas húngaras aún eran propiedad del Estado, pero ya no estaban sujetas a cuotas formales de producción o asignaciones de insumos. De hecho, ya no existía ningún "plan" nacional que especificara los objetivos de producción física en absoluto. Cada empresa todavía estaba vinculada a un ministerio estatal, que tenía el poder exclusivo de disolverla, fusionarla o reorganizarla, pero el ministerio aún determinaba la "esfera de actividad" permitida por la empresa( es decir, el sector o subsector industrial). Los ministerios también ejercían contratación, el despido y el pago de los altos directivos de las empresas. Pero las empresas ahora tenían que adquirir sus insumos y vender sus productos en el mercado abierto, con el Estado, en principio guiando la economía y la acumulación de capital únicamente a través de medio macroeconómicos, es decir, mediante control de impuestos, tasas de interés, subsidios,etc. La economía de comando de la era Stalin era cosa del pasado.

Los resultados fueron una decepción. Pero no una completa decepción: cualquier visitante extranjero en Hungría en la década de los 70 podría ver una marcada mejoría en la calidad y variedad de bienes de consumo ya que las empresas debían de prestar atención al costo y la demanda. Sin embargo, la actividad innovadora todavía no existía y la escasez persistía. Los economistas hungaros fueron casi unánimes al no encontrar un cambio cualitativo en el funcionamiento general de la economía. Lo que sucedió fue un cambio de control burocrático de "directo" al "indirecto", una situación en la que "el gerente de la empresa observa al cliente y al proveedor con un ojo y a sus superiores en la burocracia con el otro ojo", como el eminente economista húngaro Janos Kornai lo expresó.
Bajo la nueva dispensación , un tipo de "tutela financiera" reemplazó la planificación física, en términos del economista David Granick. Impuesta a través de impuestos especiales y subsidios a empresas individuales de manera discrecional, junto con cuotas informales, licencias, controles de precios, etc., esta tutela financiera niega en gran medida cualquier autonomía que se supone que las empresas ejerzan bajo el Nuevo Mecanismo Económico.

Para cuando Brus y Laski escribieron su libro en 1989, se había formado un consenso entre los economistas húngaros de que la causa raíz de esta desconcertante persistencia del control burocrático era la ausencia de un mercado de capitales. El NEM había previsto el uso de mecanismos de mercado para gobernar las decisiones sobre el uso de la capacidad de producción existente en los mercados de productos. Pero se suponía que las decisiones sobre los cambios cuantitativos o cualitativos en la capacidad de producción, que requerían movilización de factores de producción, eran un asunto que debían de decidir las autoridades nacionales de planificación.

Sin embargo, pronto quedó claro que estas dos características del sistema estaban en contradicción entre sí: en ausencia de un mercado de capitales, incluso las decisiones sobre el uso de la capacidad existente en los mercados de productos no podían dejarse de manera sostenible a las empresas autónomas. Como observaron Brus y Laski:

"Si una empresa que actualmente no tiene éxito no puede obtener capital en el mercado para reestructurar sus operaciones, incluida la ramificación  de otros campos más prometedores, o no puede ser asumida por una empresa más dinámica que ve oportunidades latentes, la aplicación estricta de las reglas de juego del mercado conducirían en realidad a grandes ineficiencias: no solo las empresas que no puedan recuperarse se irán a la quiebra, sino también aquellas con buenas perspectivas, aunque este en dificultades temporales"
En efecto, el Estado se vio obligado a intervenir. La no intervención "empujaría a una cantidad indebidamente grande de empresas en bancarrota", escribió la economista húngara Marion Tardos en ese momento; y sin un mercado de capitales, no habría nadie para comprar sus activos una vez que hubieran sido liquidados.

Aquí es donde Brus y Laski hicieron su contribución más original. En un momento  en donde los vientos de Europa soplaban a toda velocidad hacia un abrazo total al capitalismo de libre mercado, los dos economistas propusieron un esfuerzo para colocar al socialismo de mercado sobre bases más solidas, mediante el establecimiento de un mecanismo de mercado de capital socialista. Pero ¿ Cómo podría reconciliarse la sagrada "propiedad común" de Sidney  Webb con la fragmentación de esa propiedad- una condición lógica previa para la compra y venta de derechos financieros y de control sobre las empresas productivas?

Como lo expresaron Brus y Laski, lo que se necesitaba era "una separación firme entre una serie de papeles desempeñados hasta entonces por el Estado Socialista en una interconexión tan estrecha que se considerara indivisible". El papel del "Estado propietario" debe separarse claramente del papel del Estado en la recaudación de impuestos ; en "establecer negocios, salud, seguridad y otros estándares", más bien, servir "como el centro de la política macroeconómica" y al tratar todos esos problemas sociales que "no se pueden definir  en términos de ganancias y pérdidas(bienes públicos, externalidades)". Todos esos roles eran vitales, pensaban Brus y Laski; a diferencia de muchos de sus colegas de la Europa del Este en la década de 1980, no eran entusiastas del laissez-faire, y Laski pronto se convirtió en un vehemente crítico de las políticas de ajuste estructural del FMI en Polonia. Pero la base legal de la planificación económica del Estado debe basarse en el garante democrático de la voluntad pública, no en su interés propietario en la infraestructura productiva.

Aunque Brus y Laski promovieron estas ideas como un camino para reformar las economías socialistas existentes, es posible imaginar una transformación a tal sistema desde el punto de partida de una economía capitalista moderna. Supongamos que un Fondo Común constituido democráticamente fuera llevar a cabo la compra obligatoria de todos los activos financieros propiedad de los hogares; acciones y bonos, pero también de los fondos mutuos y otros instrumentos de riqueza. El pago de los activos se depositaría en las cuentas bancarias de los hogares, con la propiedad de los bancos ahora en manos del Fondo Común. Al final de este proceso, todos los saldos de riqueza financiera privada representarían los pasivos no de las compañías de fondos de inversión u otros emisores privados de valores, sino del Fondo Común.
Mientras tanto, las empresas que conforman los medios de producción constituirían ahora los activos del Fondo, en lugar de cuentas de propietarios privados. Y las empresas recién formadas podrían, con el tiempo, venderse en este mercado de capital socializado(empujado por incentivos que favorecen tales ventas) para garantizar que siga siendo el propietario predominante en la economía.

Tal sistema haría posible, como escribió Sidney Webb en la clausula IV de la constitución del Partido Laborista, "asegurar a los trabajadores, mano o por medio del cerebro, los frutos completos de su industria y la distribución mas equitativa de los mismos", así como "el mejor sistema obtenible de administración popular y control e cada industria o servicio". Los trabajadores, en otras palabras, podrían obtener un grado mucho mayor de control gerencial sobre las empresas en las que trabajaban.

Y más de eso sería posible. Por ejemplo, una serie de ventajas surgirían en el área de gestión macroecónomica. La riqueza financiera privada ya no fluctuaría caóticamente con  los mercados financiero; en cambio, sería una cuestión determinada por la política macroeconómica; del mismo modo que uno de sus componentes, el tamaño de la base monetaria. Bajo tal sistema de finanzas socializadas, las corridas bancarias y sus contrapartes en la sombra del sistema bancario ya no representarían una amenaza, ya que las expectativas subjetivas de rendimientos futuros ya no determinarían automáticamente el valor intercambiable de los activos financieros de propiedad individual de los activos financieros de propiedad individual, que, una vez más, sería un asunto de política publica susceptible a ser decidido. Mientras tanto, cualquier garantía pública extendida a las instituciones financieras ya serían instituciones públicas, sus administradores podrían ser cambiados a voluntad y ningún actor privado sería beneficiado " en el camino arriba".

Sobre todo, las alturas de mando de la economía ya no constituirían un archipiélago de imperios privados regidos por Bezoses, Zuckerbergs, Kochs o Trumps. En cambio, serían para acuñar una frase " Nuestro, no para esclavizar, sino para dirigir y poseer".






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